Biłgoraj, Polonia alternativa
Tuve la mala suerte de perder a todos mis abuelos cuando no tenía edad suficiente para saber valorarlos, no como abuelos, sino como fuentes de sabiduría y anécdotas. Lamentablemente se fueron extinguiendo desde muy pequeño, y en ese entonces no había aún desarrollado la pasión y la curiosidad por la historia.
Desde tiempos remotos se dijo en casa que "los abuelos (maternos) eran polacos" y de pequeño cuando me lo preguntaban solía contestarlo con total firmeza. Con el paso de los años mi curiosidad se fué incrementando y ya sin ellos para preguntarles y entenderlos, hurgué en la memoria de mi madre y en los papeles ajados y amarillentos que rescatamos de algún cajón perdido, donde descubrí que no era tan así, que si bien mi abuela pudo haber nacido en territorio polaco, hoy ya no era Polonia, y que si bien mi abuelo pudo haber estado trabajando en Polonia, no queda claro si tal vez no fuera más bien Bielorrusia. Conclusión, ninguno nació en Polonia, y no se conocieron allí.
Pero para mi toda la vida fueron polacos, y sus paisanos en el barrio eran polacos, y la iglesia a la que acudían era polaca y su adoración era hacia la virgen polaca, por lo cual Polonia es una nación que me marcó desde pequeño, siempre me dió curiosidad, su bandera de dos colores, su águila y su enorme historia para culminar a la sombra de dos gigantes como Alemania y Rusia.
Ese día estaba a punto de cruzar la frontera y pisar ese suelo, era un día como hoy que escribo, lluvioso y gris, triste, Ucrania me despedía con llanto y frío. Cruzar la frontera en un coche también fue algo novedoso, ya que sería mi primera vez. Debido a los conocimientos de Vasilij de la zona, nos dirigimos nuevo cruce de Угринів (Uhryniv) que es una instalación nueva, para evitar el colapsado cruce de Рава-Руська (Rava-Rus'ka).
Casi no había vehículos esperando, el primer paso fué superar una barrera en la cual un soldado muy amable nos preguntaba a donde nos dirigíamos, y Vasilij le dijo que a Biłgoraj, preguntó quién era yo, Vasilij tenía ambos pasaportes en la mano, el soldado no los pidió le dijo que yo era de Argentina y el soldado bromeó preguntando si no era separatista (debido a los conflictos en el este del país).
Demoraron entre 15 y 20 minutos en salir nuevamente, a todo esto yo ya había decidido descender de la cabina, por una mezcla de ansiedad, nerviosismo y para estirar las piernas. Cuando salió se dirigió directamente hacia mí, me pregunta seriamente dónde nací, a lo cual inmediatamente contesté y me retrucó preguntando en qué fecha. Al contestarle rápidamente y sin titubeos, la mujer sacó una sonrisa, me entregó los pasaportes habilitandonos a seguir viaje.
Momento de tensión y gracioso a la vez, ya que para ingresar al país no me hicieron ninguna pregunta, pero si me las hicieron al salir, más curiosamente me preguntaban que estaba haciendo yo en Ucrania cuando en realidad me estaba yendo. En fin, surrealismo puro de la puja con la gigantezca Rusia y los temores naturales ante tantos rumores de infiltraciones y operaciones encubiertas dentro del territorio.
Superar los controles del lado polaco fué más rápido y sin preguntas. Ya estabamos en Polonia, retornaba a tierra conocida, la Unión Europea.
El cambio es notablemente visible en la ruta, la infraestructura es diferente y había gente trabajando en los caminos haciendo obras, aceras y pavimentando. Desde luego casi que tuvimos un dejavú de las rutas ucranianas al momento en que tuvimos que salirnos de la principal y recorrer caminos vecinales para atravesar la distancia que existía entre el paso por donde cruzamos y Hrebenne, un pueblito que es el primero que aparece luego de ingresar a Polonia por el paso que quisimos evitar por estar colapsado (básicamente, lo que hicimos fué ir hacia el norte por Ucrania y bajar hacia el sur por Polonia) para recoger un tráiler que Vasilij había comprado, lo enganchamos a la camioneta (para lo cual tuve que hacer algunas maniobras yo conduciendo) y retomamos la ruta principal, atravesando espesos bosques para desembocar en el núcleo urbano aproximadamente una hora después. Aquí estaba, en Bilgoraj.
Debo confesar que mentalmente alguna vez había pensado en visitar este pueblo, ya que sabía que la prima de mi madre estaba allí, tenía su dirección y todo, pero no tenía forma de comunicarme con él ya que el ferrocarril que lo atraviesa es solo de carga. Casi sin pensarlo, el desvío me llevó a conocer un lugar nuevo, a pedido de Halina no quería que me fuera sin que conociese su pueblo.
Como muchos lugares en Alemania, y como tantísimos en Polonia, se trata de pueblos que fueron reconstruidos. Particularmente éste fué bombardeado por ser un centro de la guerrilla polaca contra los nazis, ya que se encuentra en una zona de difícil acceso, rodeado de bosques. Esto se nota en la arquitectura del lugar que destaca muy pocas cosas tradicionales, salvo algunos caseríos suburbanos, de madera, con sus montañas de leña, y una curiosa imagen de una iglesia católica enfrentada con otra ortodoxa y su cúpula dorada.
Al día de haber llegado Vasilij siguió con su rutina de trabajo desde temprano, y por un malentendido idiomático me quede con las ganas de despedirlo lamentablemente. Halina nos tuvo que dejar para partir rumbo a Austria por su trabajo y a la hora de irse, con todas las dificultades idiomáticas se le escapaban las lágrimas, me abrazó tan fuerte como el primer día que me vió y me dejó 20 Zlotys para que "compre helados". No los quería aceptar, pero no tuve opción.
Desde ese momento quede bajo la "tutela" de Roman, el marido de Halina, quien se encargó de mí como si fuera su propio hijo, y no hijo cualquiera, sino un hijo menor de edad: me preparó desayunos, almuerzos y cenas como para un regimiento y hasta me dejó un cartelito por si me perdía para que le muestre a la gente para que me guíe. En un pueblo de 17.000 personas difícilmente me pierda, lo recorrí de punta a punta dos veces, una el viernes por la tarde otra el sábado.
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A la mañana siguiente, desde luego el panorama no era el mejor, pero tampoco el peor. La botella de vodka quedó en el olvido, vacía y seca. Mi cabeza pesaba, pero el malestar no era como cualquier borrachera, era pesadez, pero no estomacal sino que necesitaba seguir durmiendo. Esa misma tarde debía partir hacia Cracovia para volver a mi ruta, y llegué a dudar de perder una noche de hostel y viajar un día más tarde solo para recuperarme. Pero el coraje pudo más.
Roman se puso a cocinar pese a que le pedí que no lo haga, me preparó bocadillos para el viaje y ante mi pedido de limones para "ayudar al hígado" básicamente, salió de la casa bajo la lluvia sin decirme nada y trajo medio kilo para que los use.
Roman se puso a cocinar pese a que le pedí que no lo haga, me preparó bocadillos para el viaje y ante mi pedido de limones para "ayudar al hígado" básicamente, salió de la casa bajo la lluvia sin decirme nada y trajo medio kilo para que los use.
Una vez más, me despedía de tierra un día gris. La lloviznay el frío nos acompañaron a lo largo de esa mañana de pesadez, y a la espera del transporte las gotas salpicaban el parabrisas del Peugeot 306 en el que nos escondíamos y abrigábamos del frío.
Nos abrazamos bajo la lluvia, no sabía ya como agradecerle todo lo hecho por mi, creo que ambos hicimos un esfuerzo orgulloso para no dejar caer ninguna lágrima, pero al alejarme del pueblo no pude evitarlo, atrás acababa de dejar el último vestigio de familia en estas remotas tierras a las cuales había venido en su búsqueda.
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